Susan y Nick querían tener hijos. Ambos tenían empleos de jornada completa, pero por más que se esforzaron la suma de sus ingresos simplemente no alcanzaba hasta fn de mes. Era imposible ahorrar: una vez pagadas las cuentas, el resto no daba para más. Peor todavía, el empleo de Nick no incluía seguro médico, ni el de Susan licencia de maternidad. Aun así, estaban decididos a iniciar un embarazo —y lo hicieron. No ha de sorprendernos, pues, que sus colegas de trabajo no demostraron gran interés. Nick, un hombre casado, regular y trabajador, dice que empezaron a tratarlo como un tramposo que abusa de la asistencia social. A Susan le preguntaron: “¿No podían haber planeado mejor?” Nadie fue abiertamente cruel, mas tampoco nadie se alegraba por ellos. Con el tiempo, la indiferencia les dolió más que todos los comentarios. Con la llegada del bebé, ambos se deleitaron en su nuevo papel de padres, pero enseguida empezaron los inconvenientes. Hubo complicaciones con el parto que resultaron en cuentas médicas imprevistas, de modo que Susan tenía que volver al trabajo cuanto antes; pero era casi imposible encontrar una guardería...
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